Pita el árbitro el final del partido y tras una breve entrevista a la televisión. Le entregan el balón del partido y se mete al vestuario como si fuera un niño feliz de haber jugado al fútbol pero sin impresión de haber hecho nada extraordinario. ¿Y porqué? Por qué no es nada extraordinario lo que ha hecho. A cada rato sale con un balón regalado por sus tres goles. Día sí, día también sigue anotando en la puerta contraria como una "Gota China". Es un martillo pilón que no para de golpear la puerta contraria. Y a él le parece normal y a nosotros también. Nos parecen normales las cifras goleadoras que lleva Messi. Y hasta nos atrevemos a decir: ¡Hoy no ha jugado bien! Y él con su balón en las manos camino del vestuario pensando: "El gol que se me marchó por poco cuando la golpeé con la rodilla. Ojalá sea sábado ya porque no la vuelvo a fallar".
Solo cuando pase el tiempo y no volvamos a disfrutarlo nos daremos cuenta de la dimensión de lo que vivimos. Y diremos yo vi jugar a Micheal Jordan, yo escuché cantar a los Tres Tenores, vi bailar a Rudolf Nureyev y vi jugar a Leo Messi. Genios que nunca volverán.
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